Hablando de conversión espiritual, nos formulamos preguntas de forma inadecuada, que no nos lleva a un verdadero examen de conciencia. Si te preguntas ¿en quién me tengo que convertir? ¿En quién pensarías? Dejarías de ser tú ¿para ser quién? Cambiar mi vida, implica reconocer quien soy, reconocer mis pecados y ataduras que impiden que inicies el camino de transformación espiritual que deseo llevar.
Deja de preguntarte en quien te tienes que convertir, pregúntate de que debes liberarte para reconocer que solo la gracia de Dios permite una verdadera conversión, y esta no se da si no te liberas de la pesada carga del pecado.
Aquí encontrarás 5 reflexiones sobre los pecados de los cuales debes liberarte.
1. Los pecados del «YO»
El egoísmo, egocentrismo, soberbia y orgullo. Pasan desapercibidos, enmascarados con una buena autoestima, o un alto sentido de emprendimiento. La autosuficiencia, creer que todo lo podemos, es el primer síntoma de los pecados del yo.
Comienza como un virus que nace con el pensamiento de ser indispensable o de ser el único que puede hacer las cosas bien, el virus evoluciona hasta convertirse en la enfermedad terminal de la soberbia, ya no es suficiente pensar «YO PUEDO SOLO», sino también que nadie es mejor que yo, nadie vale lo que yo.
Mata el amor fraterno. Al reconocernos pecadores, abrimos la puerta a la conversión, buscando un cambio de vida dejando entrar la cura a estas enfermedades, actuando con solidaridad, mansedumbre y humildad.
2. Los pecados de la cizaña
Crecen como la cizaña junto al trigo y hasta que no terminan de crecer no se diferencia del trigo, es decir hasta que no nos vemos invadidos por esos pecados no nos damos cuenta del mal profundo que causan. La ira, la envidia y uno de los que menos creemos que cometemos, matar. Si, matar.
Matamos con nuestra mirada, con nuestro desprecio, con nuestra lengua, matamos amistades y relaciones familiares. La molestia o disgusto que nos causan los abrazamos y anidamos en el corazón hasta que se vuelve ira, incontrolable que nos lleva a matar una relación con un grito o un golpe. Matamos con nuestra envidia, nos llenamos de rabia por el bienestar de otro y nos matamos a nosotros mismos cuando perdemos tiempo valioso de nuestra vida mirando y anhelando lo que los demás tienen, no permitiendo un cambio de vida. Pero Jesucristo, El Resucitado, nos resucita de la muerte, nos da la vida y resucita a quienes hemos matado por nuestras acciones y nuestros propios pecados.
3. Los pecados de la buena vida
El sueño de tener más dinero y más poder para llevar una buena vida nos lleva a la pereza, desobediencia, ambición y robo. Robamos el tiempo de Dios, el tiempo de vida, desperdiciándolo viviendo en desobediencia, en el pecado. Un pecado que nos llena de sensaciones que nos hacen creer que vivimos una buena vida.
La ambición del dinero, un sueño materialista nos aparta de la conversión espiritual transformándonos en devoradores de todo lo que pensamos que puede ser la solución a nuestros problemas. No podemos creernos merecedores de la salvación sin hacer nada. Nos sentamos perezosos a esperar bendiciones económicas o de cualquier otro tipo, sin siquiera dar el primer paso, reconocernos pecadores.
4. Los pecados de la carne
Si somos infieles a Dios, no podemos guardar fidelidad a nadie, mucho menos cuando consentimos la lujuria y la vanidad. La cadena de los pecados carnales puede iniciar con la vanidad, nos atamos a un espejo y al primer piropo que nos hace sacar pecho y esperar un poco más.
Llenándonos de deseos que terminan en lujuria, pecando en nuestros pensamientos que luego volvemos acciones. Del pensar al actuar no hay mucho camino, si ya hemos actuado se pierde el miedo y el camino de regreso se vuelve largo.
Pero en la sencillez de la feminidad de La Santísima Virgen podemos encontrar el cambio de vida que queremos, la castidad y la sencillez de su vida nos invitan a cultivar estos valores que nos preservan de los pecados carnales.
5. Los pecados de la lengua
Chisme, mentira, hipocresía. Convivimos con ellas todos los días, tanto, que llegan a ser parte natural de nuestra vida. Los consentimos y lo peor de todo, los enseñamos. No damos testimonio de verdad, enseñamos a nuestros hijos a mentir y los adiestramos a actuar hipócritamente en los enredos que diariamente nos involucramos a causa de las murmuraciones que crea fácilmente este órgano de nuestro cuerpo.
Pero nadie ha sido capaz de dominar la lengua. Es un azote que no se puede detener, un derrame de veneno mortal.
Santiago 3,8
Iniciar un cambio de vida
El inicio de un verdadero camino de conversión, de un cambio de vida nos invita a dar resultados, a dar frutos que hablan de nuestra transformación interior con verdad. Los frutos solo se dan luego del esfuerzo de la siembra y recolección, no solo por ser plantas esperemos dar frutos, si no somos tierra fértil con un corazón dispuesto a la conversión, podemos volvernos estériles.
Produzcan los frutos de una sincera conversión, pues no es el momento de decir: “nosotros somos hijos de Abraham”. Yo les aseguro que Dios puede sacar hijos de Abraham también de estas piedras. El hacha está junto al árbol, y todo árbol que no de buen fruto será cortado y arrojado al fuego.
Lucas 3,8-9
Por: Luxandra Pineda
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