Nos preguntamos cómo será la dulzura de María en la Cruz de su Hijo amado. Pero vemos que nosotros con nuestros conflictos, no vemos que el Señor nos quiere dar a comer del árbol de la vida, de la cruz, que con María es dulce y suave de llevar. Pero el primer amor no se recupera en la edad madura como “enamoramiento” sino sólo como dulzura de la cruz.
El Papa nos dice: Qué significa “recuperar el amor perdido”. ¿Se trata de volver a los primeros fervores? ¿No es esto un poco ingenuo? El primer amor debe ser recuperado, pero no a los golpes de “arrebatos” heroicos, como en la juventud, sino con el único golpe que hace caer un corazón maduro.
María nos lleva al pleno conocimiento interno que el Señor tiene de nosotros. Conozco tus obras…debo reprocharte que hayas dejado enfriar el amor que tenías al comienzo.
En el Apocalipsis se encuentra un texto acerca del fervor primitivo. La iglesia de Éfeso tiene muchos méritos en su haber: buena conducta, fatigas, paciencia en el sufrimiento, afectos ordenados (no puedes soportar a los malvados). Pero el Señor va más a fondo y con un reproche pone a la iglesia de un golpe ante lo único definitivo.
Pero tengo contra ti que has perdido tu amor de antes.
Apocalipsis 2, 4
La misma actitud tiene el Señor con la Iglesia de Laodicea, que es todo lo contrario de la Éfeso.
Conozco tu conducta: no eres ni frio ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!
Apocalipsis 3, 15
Y porque es tibio, el Señor le dice que la “vomitará” de su boca. El Señor le hace ver su ceguera respecto de lo único importante: ¡Reanima tu fervor y arrepiéntete! Este reproche proviene del amor: reprendo a los que amo y no mira tanto los pecados sino la actitud ante el Señor que viene, que llama a la puerta para nuestra “última cena”.
¿Cuál es nuestra actitud ante Jesús?
María, presintiendo la muerte del Señor, lo unge con el perfume de nardo y seca sus pies con sus cabellos. Judas al ver esto se irrita y lanza el reproche agrio que toma a los pobres como excusa. Lo que para María es expresión gozosa de su amor a Jesús, es para Judas motivo de tristeza, mezcla de fastidio y de irritación.
El que ya no comparte la amistad con Jesús, no puede compartir los mismos sentimientos de la amistad. Esta desubicación se proyecta en María, la que ama al Señor, aquella cuyo amor la ubica en la posición correcta: la del alma que adora de rodillas y reza con lágrimas.
En cuanto a mi. ¡Dios me libre gloriarme si no es en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!”
Gálatas 6, 14
Ensanchar el corazón implica una aceptación reflexiva del propio carácter, incluso de los pecados, para conformarnos enteramente con el corazón del Señor. El anciano, el hombre maduro es el que no deja que las ideas que “hay en el ambiente” exterior o interior lleven sus emociones de las narices, sino que se anima a sentir todo aquello que conmueve su corazón, con una actitud de discernimiento, alegre de llevar sobre sus espaldas los sufrimientos de Cristo.
Toda esta dulzura de la cruz, es porque María nos entrega el amor de Cristo Jesús, él que se entregó por nosotros en una muerte y muerte de cruz. Amén.
Luxandra Pineda Galindo
Comunidad María Reina de la Paz