Mujer feliz mirando hacia el cielo y allí viendo al Espiritu Santo fuente de alegriaEspíritu Santo fuente de alegría

El Espíritu Santo es el dador de toda alegría. El Espíritu Santo es el que convierte nuestra debilidad en fortaleza; nuestro luto, en gozo; sana lo que está enfermo; doblega nuestros ánimos irritados; endereza lo torcido; da calor a nuestras vidas; pone en movimiento nuestras almas paralizadas, convierte en fiesta nuestros llantos.

Es la Divina Persona de la Alegría, que procede del amor del Padre por su Hijo, Jesucristo.

Sólo el Espíritu Santo es fuente de la verdadera alegría, a la que aspira siempre el corazón humano. Estamos hechos para la alegría y la felicidad, no para la tristeza y la desdicha.

Sólo el Espíritu Santo nos da la alegría que nos hace sencillos, serenos, contemplativos, serviciales y misioneros.

Veamos que nos dice San Pablo:

El fruto del Espíritu es alegría

Gálatas 5, 22

Y lo contrario es lo que en muchas ocasiones sentimos porque buscamos alegrías pasajeras, que engañan y defraudan. Las cuales Pablo las llama las obras de la carne «Fornicación, impureza, libertinaje (…), embriagueces, orgías y cosas semejantes» (Gálatas 5, 19. 21).

A estas alegrías falsas se pueden agregar, y a veces van unidas, las que se buscan en la posesión y en el uso desenfrenado de la riqueza, el lujo y la ambición del poder, en suma, en esa pasión y casi frenesí hacia los bienes terrenos que fácilmente produce ceguera de mente, como advierte san Pablo (Efesios 4, 18-19), y que Jesús lamenta (Marcos 4, 19).

La alegría y la caridad

La alegría debe estar vinculada a la caridad, no puede ser una experiencia egoísta, la verdadera alegría incluye justicia que nos lleva a actuar según y con la voluntad de Dios, a tener obediencia por amor, a sus leyes y una amistad profunda con Él, paz y gozo en el Espíritu Santo.

Lo anterior me lleva a ver al otro, no sólo mis necesidades; lo que no me lleve a ello estoy por un camino equivocado.

El Evangelio es una invitación a la alegría

Es una experiencia de alegría verdadera y profunda.

¿Como lo vemos en María quien es invitada en la Anunciación a la alegría, que le dijo el Ángel?  “Alégrate llena eres de gracia”.

La alegría de María se realizaría con la venida del Espíritu Santo, así como vemos en Isabel que también fue llena de alegría y del Espíritu Santo cuando fue visitada por María, porque percibió la alegría de su hijo aún en su vientre «Saltó de gozo el niño en mi seno» (Lucas 1, 44).

Ella lo exterioriza, tanto que María y ella sienten el gozo del Espíritu Santo y María siente en su corazón un canto de alegría “El Magnífica” diciendo “Mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador» (Lucas 1, 47).

José y María nos muestran cómo vivir la alegría

También vemos en la presentación de Jesús en el templo por María y José y se encuentran con Simeón quien impulsado por el Espíritu Santo lo hace encontrarse con el Mesías anhelado de su corazón y con ello se llenó de gozo y alegría porque podría morir en paz al tener su encuentro con el esperado.

Como también le sucedió a Ana viuda entregada a Dios quien también sitió regocijo y empezó a alabar a Dios y hablar del niño a quien podía, por la gracia del Espíritu Santo (cf. Lucas 2, 36-38).

La alegría del Evangelio es prolongación de la alegría de Jesús, ya que el las experimentó en carne propia esas alegrías humanas cotidianas ya que en cierto momento él mismo se llenó del gozo del Espíritu Santo (Lucas 10, 21).

Jesús muestra alegría y gratitud en una oración que celebra la benevolencia del Padre: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito».

Esa alegría y el sentirse amado por Dios lo llena y lo sostiene durante todo su ministerio. Así sucede con las alegrías estimuladas y sostenidas por el Espíritu Santo en la vida de los hombres: su carga de vitalidad secreta los orienta en el sentido de un amor pleno de gratitud hacia el Padre.

Toda alegría verdadera tiene como fin último, al Padre.

La invitación de Jesús a sus discípulos y seguidores

Jesús dirige a sus discípulos la invitación a alegrarse, a vencer la tentación de la tristeza por la partida del Maestro, porque esta partida es condición establecida en el designio divino para la venida del Espíritu Santo: «Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré» (Juan 16, 7)

Será el don del Espíritu el que procurará a los discípulos una alegría inmensa, que los hace permanecer en su amor, ya que el Espíritu Santo es quien imprime la misma alegría de Jesús, alegría de la fidelidad al amor que viene del Padre.

Y esa misma alegría de Jesús la quiere para nosotros y el Evangelio nos muestra el camino de cómo debemos obtener dicha alegría y se encuentran en las bienaventuranzas (Mateo 5, 3-12)

San Juan Pablo II afirmó que Jesús era el protagonista de ellas ya que Él no sólo las enunció, sino que las realizó en carne propia, ya que sus rasgos espirituales quedan plasmados en esas 8 frases de alegría, de compromiso, de valor y de esperanza en Dios y de las cuales nos deben caracterizar como cristianos auténticos.

Conclusión

Dejarnos llevar por la alegría que nos inunda el Espíritu Santo y asumir las bienaventuranzas, es aceptar vivir el evangelio, es asemejarse a Jesús.

Y pidamos la gracia a Dios, que nos conceda esa alegría de llevar este camino con Jesús y como lo hizo nuestra bienaventurada Madre del Cielo y todos los santos a quienes la iglesia llama “felices”.

Diana Marcela Rojas

Comunidad María Reina de la Paz

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