Que importante es tener buenos amigos, “quien encuentra un amigo, encuentra un tesoro” (Eclesiástico 6, 14) de esos amigos que siempre quieren verte bien, sano, bendecido. Pero no es muy cómodo escuchar de sus bocas las instrucciones que dan a alguien mucho más importante que tú para cambiarte la vida, te genera vergüenza. Así es la historia de sanación del sordomudo de nuestra historia.
Pues bien, no es caso del hombre de nuestra historia. Él era sordo, lo llevaron, no sabemos si a la fuerza o por iniciativa propia donde estaba Jesús de Nazareth; Normalmente encontrarse con Jesús era verse rodeado de una gran multitud de personas, el ruido, los olores y el calor debió ser algo incomodo, el ruido para él era algo imperceptible, los olores y el calor si pudo sentirlos, desafortunadamente para nuestro hombre tenía otro problema, era tartamudo, una persona que tartamudea sabe exactamente lo que quisiera decir, pero tiene problemas para producir un flujo normal del habla.
Relegados por la sociedad
Era sordo y tartamudo, razones suficientes para que la sociedad lo relegara, lo marginara y fuese el punto de burlas, críticas y también curiosidad de todo transeúnte, pasó hace más de 2.000 años y aún hoy actuamos igual y eso que decimos que somos más comprensivos, civilizados y cristianos.
La fortuna de este tartamudo eran sus amigos, lo llevaron ante Jesús para que lo sanara, pero el embarazoso momento llegó cuando le dijeron a Jesús de qué manera debía hacerlo, y le pidieron que pusiera su mano sobre él (Marcos 7,32) era muy común que los taumaturgos impusieran manos y la gente sanara, pero es muy atrevido decirle a Dios la manera en que debe proceder, ahí erraron.
Jesús el gran observador
Me imagino el rostro de Jesús fijo en la mirada de estos hombres escuchándolos hablar y esbozando una sonrisa ante su audaz petición. Decirle cómo actuar a Dios es bajarlo al nivel humano y quitarle su divinidad, en ocasiones, al querer determinarle al Señor su forma de proceder con nosotros, no hace perder sus bendiciones, pero que común es este proceder en nuestra incomprendida vida mortal.
Jesús es manso, humilde y pudo acceder a su petición, pero pesó más las características del enfermo y decidió actuar de forma única, llevó al confundido hombre a un lado, a parte de la gente (Marcos 7,33) porque de esa manera nos enseña que nuestra sanación y salvación es un asunto íntimo, personal y es allí, aparte de la gente donde sus métodos de sanación son sensación hasta la fecha, no es difícil creer que quiso comunicarse con el “Paciente” como todo doctor lo haría y en este caso el dialogo sería a media habla y con muchas señas manuales, el lenguaje universal y típico de un sordo, al ver esto Jesús comunicándose en el mismo lenguaje del sordo con señas y pocas palabras ejerce su poder sanador de manera autentica, metió sus dedos en sus oídos y más asombroso aún, con su saliva le tocó la lengua.
Lo cura dándole un poco de su saliva, lo íntimo de su ser, no a todo el mundo le das tu saliva ¿o sí? Solamente las mamás “sanan” a sus hijos con saliva para que dejen de llorar, y solamente los padres suspiran y gimen al cielo al ver a sus hijos mal y allí estaba Jesús y el Padre obrando en su hijo, pues el que ha visto a Jesús, ha visto al Padre (Juan 14, 9).
Effetá un milagro de amor
Aparte de la multitud estaba aquel hombre de metro ochenta, cabello largo y tez morena metiendo sus dedos en los oídos de un sordo, tocando con su saliva la pesada lengua de un hombre, suspirando al cielo, enseñando de esta manera que la ayuda viene de Dios y diciendo ¡Effetá! Que al traducirlo del Arameo significa Ábrete.
Al momento, los oídos del sordo se abrieron, se le desató la lengua y pudo hablar bien (Marcos 7, 35) un milagro había ocurrido, un hombre que no podía hablar bien ahora lo hacía con sencilla fluidez y estaría lleno de ganas para contarle a todos lo que sucedió, igual que cuando ves algo que te gusta y quieres contarlo, te sobran las palabras y hablas a gran velocidad queriendo que todos se enteren y es allí en medio de la euforia lingüística de aquel hombre que se escucha el mandato de Jesús “no se lo digas a nadie” (Marcos 7, 36).
¡Inaudito!, años sin poder oír, años sin hablar con claridad y quiere que no se lo diga a nadie ¿acaso estaba loco? O ¿no quería llamar la atención sobre su método de sanar sordo mudos? Me inclino más por la segunda opción, aunque no descarto la primera y sé que en este instante me estas juzgando por ello, pero volvamos al hombre que ahora está sano, Jesús insistió, le ordenó reiteradas veces que no se lo dijera a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, tanto más lo contaban.
Muchas veces nos hacemos los sordos
Qué curioso es el ser humano, lleno de contradicciones, a este sordo Jesús le pide que se calle y a ti y a mí nos pide: «Vayan por todo el mundo y anuncien a todos el evangelio” (Marcos 16, 15) y sin estar sordos, nos hacemos los sordos y sin ser tartamudos nos enmudecemos, ¿será que necesitamos que Jesús introduzca sus dedos en nuestros oídos y humedezca nuestra lengua con su saliva?
Pues mi querido hermano ya hace más que eso, te recuerdo que comes su cuerpo y su sangre cada vez que comulgas en la eucaristía, no es problema de tus sentidos, es cosa de tu miedo y falta de compromiso, pidámosle hoy al Señor que nos sane de toda esa sordera espiritual y podamos a diferencia del tartamudo cumplir su petición y enseñarle al mundo lo mucho o poco que sabemos de Dios y que ese grito de «¡Effetá!» resuene en nuestro interior y abra nuestras mentes y nuestros corazones. Amén.
Germán Darío Velásquez Castillo
Comunidad María Reina de la Paz